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miércoles, 31 de enero de 2024


El jardín de los abuelos siempre fue mi sitio más seguro. Cierro los ojos y vuelvo a él con el alma llena de alegría. Me abraza el olor del nogal y las rosas, la sedosa textura del césped, la rara sensación de las tuyas. ¿Dónde está esa niña de ojos grandes y traviesos? ¿Cuántos soles pasarán antes de que vuelva a abrazar esos días? Las infancias del presente no reconocen estas voces. Cierta tristeza me invade cuando pienso en esto, aunque a ellas no parece importarles. Siempre aparentan estar felices. Tal vez haya un jardín que nosotras no hemos visto. Un lugar paradisíaco al que no tenemos acceso. Quizá, como en las redes, para entrar se necesita una contraseña. O tal vez solamente hay que poner tierra y semillas en sus manos. Una palabra de aliento en su corazón.

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