Páginas

miércoles, 22 de agosto de 2018


Querida Hermana:

No fue un feminicidio, pero tu muerte fue la más espantosa de las muertes. Caíste herida por una lluvia de balas que llegaron sin saber de dónde. Los tiros fueron certeros. No sólo te robaron la vida, te robaron también los sueños recién cumplidos. Esos sueños que muchas veces compartiste con nosotros, aunque no llevábamos tu sangre.

Caminamos juntas no sé por cuanto tiempo: años, siglos, el tiempo no importa cuando buscas la luz.

Tú estabas acostumbrada al dolor, la muerte trató de besarte antes, pero sobreviviste a ti misma. En cambio, la soledad te daba miedo. Al menos al morir no estabas sola. 

No supe de ti por un buen tiempo. En todo momento te recordaba alegre, hermosa por fuera y por dentro. Así quiero recordarte, aunque confieso, por mucho tiempo me perseguirá ese rostro, tu mirada azul fija para siempre en la nada, el pastoso rojo plasma en los asientos de una camioneta.

Cierro los ojos, desecho ese recuerdo. Te evoco feliz y radiante, danzando todavía junto al altar.

Desde aquí te mando un abrazo sororal, mi deseo de que sonrías colmada de amor junto al que todo lo puede, en la infinitud; mi deseo de llevarte profundamente en el alma, por siempre.

D.E.P.Q.C.