Páginas

miércoles, 24 de enero de 2024


Desde hace tiempo ronda en mi cabeza la idea de escribir algo más, algo profundo, que tenga sentido, pero cada vez que estoy ante la hoja en blanco pienso que no hay nada interesante ni sensato que pueda compartir y que si lo hago, alguien dirá que son puras tonterías o simplemente pasará de largo la lectura por otro tema que sí sea interesante. He leído que no se puede escribir sobre lo que no se sabe, por lo tanto, para poder escribir, necesito enfocarme en lo que conozco.

Reflexiono sobre mi comportamiento. Hay días en que la luz me envuelve como un torbellino, el cielo es azul intenso y la sonrisa aparece en mis labios sin que la invoque. Me siento viva, con energía y por lo tanto, no pienso en hacer, sino que hago muchas cosas sin mayor esfuerzo y me siento contenta con los resultados. En esos días abunda la música, canciones de letras importantes para mí. Hay otros días, en cambio, en que el silencio es casi permanente. Quiero hacer muchas cosas, pero no puedo concentrarme en ninguna, soy presa de la disociación. Cumplo con las funciones más vitales, pero mi mente y mi cuerpo funcionan por separado, a cuenta gotas. Otros días, los más oscuros acaso, me invaden recuerdos dolorosos, una sensación de ahogo y pesadumbre, cierto placer ante el dolor. Y me dejo arrastrar por ese sentimiento.

Después de cierto tiempo, el cuerpo y la mente se cansan y me lo hacen saber de manera contundente, a veces con un dolor de cabeza, otras con visión borrosa, con el corazón agitado o con la presión tan alta que marea. A veces mi piel se irrita y se vuelve roja como la sangre, otras veces sólo quiero dormir y otras más la alergia me cierra la garganta y apenas puedo respirar.

Tras una pausa obligatoria para atenderme y prestar atención a lo que cotidianamente decido o las prisas me obligan a ignorar, me enfoco de nuevo, cierro los ojos, respiro profundamente, escucho de verdad. A esto le sigue un periodo de paz y armonía de mí misma con el mundo, me dan ganas no solo de cantar sino bailar, sentir el viento en la cara. Me asombro de lo más ordinario.

Hago cosas que disfruto: leer, escribir, escuchar música, no siempre en ese orden. Me sincronizo con la naturaleza, recupero mi naturaleza, me siento libre, me siento feliz.

Muchas veces, cuando entraba en mi periodo oscuro, y comprendía que ya había pasado por ahí, me asustaba. Me daba miedo que hubiera algo malo en mí, que estuviera perdiendo la cordura. Poco a poco he aprendido a minimizar esta angustia, pues sólo me genera estrés e imposibilita el camino de regreso a la luz. A paso lento, incluso con trastabilleos, me he vuelto más comprensiva y paciente conmigo misma. Eso me ayuda a aceptarme como soy, con todos los altibajos que eso implica. Vivo la vida a mi propio ritmo, pongo atención a las pequeñas cosas. Y claro, no dejo de escribir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario