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viernes, 20 de septiembre de 2019

A veces no sé qué escribir. Otras veces quiero escribirlo todo. Cuando las palabras llegan alguien dice que están mal. Esas palabras deben quedarse en casa. Pero yo no quiero vivir en un cajón. Estoy cansada de deambular en la oscuridad. Mis palabras necesitan aire. Mis pulmones también. He pasado tanto tiempo en las sombras que llegué a creer que yo misma era toda tinieblas. Parte de mí lo es. Pero en mi corazón también hay luminiscencia. Ahora lo sé. En realidad soy la luz que nace de la negra noche.

viernes, 13 de septiembre de 2019

Mi cuarto propio: yo misma

Jamás he tenido una habitación propia como tal. Cuando era niña, vivía en una casa de dos cuartos y medio en donde compartía el espacio con mis padres y luego con mi hermano menor. Después, cuando cumplí alrededor de siete años, nos mudamos a la casa que mis padres construyeron juntos. Una casa grande, sin pisos, sin enjarre y sin vidrios en las ventanas (en aquellos tiempos te podías dar ese lujo). También compartía el espacio con mi hermano y con un primo que se fue a vivir con nosotros. Cuando tenía como quince (puedo equivocarme en los tiempos), al fin me dieron una habitación para mi sola. Pinté el techo de un azul marino y lo llené de estrellas luminosas y en las paredes puse palabras en japonés y dibujé el árbol de la vida. Aunque no tenía la privacidad de una puerta, ese fue mi santuario por varios años. Así leía y veía series de anime en la televisión. Tenía una computadora en la que hacía mis tareas y en ocasiones escribía cuentos o intentos de poesía. Al casarme regresé al que fue mi primer hogar, sólo que ahora en lugar de dos cuartos y medio era solo uno. Ahí viví junto a mi esposo y mi primer bebé por un tiempo. Por diversas situaciones íbamos y veníamos de esa casa intercalando el lugar con la casa de mis padres. Fue hasta que mi segunda hija nació que por fin nos mudamos a nuestra casa actual. Una casa grande de dos pisos, con tres recámaras, dos baños y medio y otros espacios. Una casa amplia pero sin muchos muebles ni adornos. Sigo compartiendo mi habitación, a veces sólo con mi esposo y otras tantas con mis hijos que van y vienen de su propia habitación a la nuestra, dependiendo de la necesidad del clima. Hay espacio suficiente para crear un estudio, pero no hemos tenido la posibilidad de hacerlo realidad. Hay un espacio designado para la computadora, pero también la compartimos todos. Todo el tiempo hay ajetreo y ruido. El silencio escasea. La rutina de levantarse antes de las seis de la mañana y acostarse a veces pasada la media noche hace difícil que pueda sentarme tranquilamente a crear en la soledad que ello implica. Escribo donde puedo, como puedo. A veces mi cabeza simplemente se llena de ideas hasta que tengo oportunidad de plasmarlas en el papel o en el procesador que tenga más a la mano (en casa o en el trabajo). Robo tiempo a las actividades domésticas y otras veces al horario laboral, pero es la única forma de llegar a la única habitación propia que poseo donde puedo perderme y extraer las letras: yo misma.

jueves, 12 de septiembre de 2019

Nadie pudo dibujarlas correctamente. Plasmaron su imagen en la niebla y se desvaneció. Alguien más intentó pintarlas desnudas, pero sus cuerpos no eran reales, no había marcas del tiempo en su piel. El silencio invadió sus labios, la noche penetró en sus ojos. Por eso huyeron de sí, despavoridas. Desde entonces no encuentran el camino a casa. Andan a gatas, maullando, intentando florecer en medio de la oscuridad.

viernes, 6 de septiembre de 2019

No importa cuántas máscaras se caigan o cuantas lunas llenas nos besen antes de desangrarnos. La vida no se irá a la basura. Habrá una palabra por cada latido. En cada latido una ráfaga de sol. Las mujeres no se sentarán ya a tejer muladares. Ellas hilarán el tiempo y el espacio. Escribirán versos en infinitos círculos. La última página quedará grabada al final del túnel. Su fuego no se extinguirá.