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miércoles, 25 de agosto de 2021

Tendría que decidir
entre una flor y la muerte,
el problema es que me gustan ambos,
y yo sólo sé rezar cuando estoy desnuda.
A veces escucho la voz del diablo
que me abraza en el silencio,
lo dejo hacer berrinches
como a un niño,
acurrucarse en mi regazo,
cuando ha escupido todo lo dejo marchar,
me quedo sólo con su sonrisa
y con las ganas de darle un puntapié
a todo lo que me estorba,
como el miedo acumulado en la vejiga,
la bilis, la incapacidad de alzar la voz.
Poco a poco me quito las prendas,
me pongo en contacto con Dios,
verso a verso completo el crucigrama,
las líneas verticales me llevan al fondo,
cuando estoy a punto de no poder regresar
la sangre de un ruiseñor me golpea la nariz
y su canto me eleva alto, muy alto,
hasta que la tierra y mi cuerpo son uno,
flor y muerte,
un esqueleto de luces que bailan.

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