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domingo, 19 de abril de 2020

Mi magdalena


Vienen a mi mente tres magdalenas. Una, el aroma del mar. Dos, el aroma de tierra en el rancho. Tres, el aroma a pan recién horneado con mantequilla. Los panecillos en cuestión son unos que mi abuela Nilda solía hornear para nosotros por las tardes. Los hacía para merendar. Eran unos panecillos cuya masa venía ya preparada en un contenedor en forma de tubo que se rompía completamente al abrirlo, porque no había otra forma de hacerlo. Después de sacarlos del contenedor, mi abuela los colocaba cuidadosamente sobre un molde rectangular bastante viejo pero que ella se negaba a cambiar porque si no no salían igual. Cuando los sacaba del horno, después de unos quince minutos, mi abuela abría los panecillos por la mitad y les untaba mantequilla. Me gustaba comerlos mientras aún estaban calientes y la mantequilla aún no se derretía por completo. Comí panecillos como esos muchas veces, muchas tardes. Lo que no recuerdo es con qué los acompañábamos. No pudo ser agua. "Si comes pan con agua se te hace engrudo en la panza", nos decía. No sé si es verdad. Por si acaso, sigo su consejo y nunca bebo agua cuando como pan.

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