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miércoles, 16 de agosto de 2023


 


Cuando era niña, continuamente enfermaba de las anginas. La temperatura me subía a tal grado que para controlarla, tenían que bañarme en una tina con hielo. Siempre fui flaquita, hasta que llegué a la adolescencia, cuando mi cuerpo comenzó a cambiar. Poco a poco fui subiendo de peso. En cierto punto, empecé a detestarlo. Me desagradaba sentarme y sentir los rollitos de carne y grasa desbordándose en la cintura de mis pantalones. Hice ejercicios, dietas rigurosas, dejé de comer e incluso caí temporalmente en la bulimia. Los años pasaron… madurar, los problemas de salud y mucho trabajo interno de autoconocimiento, me permitieron empezar a ver mi cuerpo de otra manera: escucharlo, sentirlo. Cosas que antes me era imposible detectar fueron haciéndose cada vez más evidentes. Aunque a veces, confieso, paso por alto esas señales. Últimamente había tenido mucho dolor en el brazo izquierdo. Como una hace cada vez que siente algún malestar, recurres a la automedicación y todos los remedios caseros posibles para sentirte mejor y continuar con tus labores diarias. Hoy comprobé que eso es un error. Es necesario escuchar y sentir realmente el cuerpo, este te habla, gime y grita que algo está mal y debe atenderse en tiempo y en forma. Siguiendo los consejos de una querida amiga, recurrí a un médico a recibir atención. Los malestares, sin embargo, no se fueron. Así que escuchando esta vez mi propia conciencia, fui por una segunda opinión. Ahora tengo por fin un verdadero diagnóstico y un tratamiento adecuado. Al igual que cuando me enfermaba de las anginas, el hielo, vuelve a ser mi salvación. Espero mejorar en los próximos días. Pero todo esto me lleva a lo siguiente: Por mucho tiempo odié mi cuerpo y lo maltraté de muchas formas. Mi cuerpo, en cambio, ha sido generoso conmigo, ha soportado umbrales de dolor altísimos, torturas por parte de mis malos hábitos y decisiones, situaciones incómodas o dolorosas a las que por diversas razones lo he sometido. Tengo mucho que agradecer a mi cuerpo. Es la primera vez en más de 40 años que puedo verme completa al espejo y sin importar las dolencias, el volumen, la grasa, la celulitis, las estrías, las manchas, las cicatrices, y todas esas marcas históricas que me ha dejado la vida, sonreír.

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