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lunes, 23 de noviembre de 2020

Es difícil entregar totalmente el espíritu a una causa. El ruido cotidiano de la vida nos absorbe de tal forma que a veces ni siquiera notamos que el lodo nos ha llegado hasta el cuello. Olvidamos cómo se siente la miel en la lengua, olvidamos el olor de las flores y de nuestro propio cuerpo. Nos movemos como espuma sobre las olas, arrastradas por el viento y la marea. Ya no reconocemos nuestras pisadas. Tratamos de romper la roca, liberar un poco del peso que llevamos en la espalda. Al llegar la noche nos echamos junto al fuego, mientras la luna nos lame las heridas.

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