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jueves, 23 de mayo de 2019

Fue tan fugaz que no pude saborearla. No lo suficiente. Jugué con muñecas casi todos los días, preparé pastelillos de lodo, construí casas con retazos de tela. Viajé al otro lado del mundo montada en bicicleta. Por el sendero rosado que cruzaba el jardín de la abuela, atravesé la puerta al país de las maravillas. Nada de eso bastó para escapar del tiempo. La loba me mordió, me mordió con fuerza en los tobillos. Y ya no pude correr a ningún sitio. Ya no pude ser la misma niña. Una ventana se abrió en mis pupilas. Dejó que la humedad escarlata se deslizara en mí como un torrente. Ese día, conocí los ojos del tártaro. Ese día, descubrí que las chicas grandes también lloran.

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