Hay momentos en que un sol dorado resplandece en la ventana. Mis ojos, encantados por la belleza de sus rayos, brillan, se llenan de energía que comienza a circular por mis venas. Luego, en pequeños instantes, la oscuridad que queda después de la emisión del rayo atrapa mis pupilas y la sombra se extiende en mi interior con mayor rapidez que la luz. Parpadeo, atrapo con las pestañas la luminosidad y de nuevo me encarrilo al umbral en donde termina la noche.
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