Poco a poco, me voy acercando a ese cristal que detiene abruptamente las palabras, por miedo, por vergüenza, por no saber cómo decir. Poco a poco el cristal se rompe y se rompen también todos mis huesos.
Escribir es una maldición terrible y también un milagro liberador.
Escribir es transformar en verbo la carne y la sangre.
Escribir es volver a casa, hacerse una con Dios.