"Y era extraño verlo feliz,
verlo
era extraño.
Como si haberle dado la muerte al conejo
fuera
vida
como cuando me dio mi madre al mundo".
- A. E. Quintero -
Leo el poema y pienso en mi abuelo,
en sus ojos borrados,
en su piel chocolate,
en sus manos que eran roca y caricia.
Nunca hablamos mucho, pero sí reímos,
reímos juntos en el lomo del caballo.
Varias veces traté de seguir sus huellas en el monte,
pensaba que así podría parecerme un poco a él,
tan sereno, tan sabio, tan inocente.
Extraño esos días bajo las estrellas,
las paredes blancas de la casa,
el balde de agua matutino
y el aullido nocturno del coyote.
Nunca más podré volver a ese instante,
pero en verdad sé
que cada vez que la luna se alza en el cielo
su sonrisa nos envuelve el alma,
el sol nace en la punta de mis dedos,
paseo entre sueños cabalgando con mi abuelo,
bailan en mi pecho pequeñas luciérnagas.